Los dólmenes son conocidos en prácticamente todo el mundo. Su misterio se adentra en lo más profundo del cerebro de destacados arqueólogos científicos, así como de diferentes audiencias.
Los dólmenes del Mar Negro, en concreto, se distinguen de otras estructuras megalíticas. Su antigüedad (2-3 mil años antes de Cristo) y el misterio de su origen hacen de estas obras algo maravilloso y enigmático. Desde solitarios edificios dañados a complejos con todo detalle, los conocidos como dólmenes del Mar Negro se dispersan desde la ciudad de Tamán hasta Abjasia.
Algunos de los dólmenes más antiguos se encuentran en medio de cuidados jardines, mientras que otros están perdidos por las montañas y cañadas. Otros se han convertido en un medio de enriquecimiento para ingeniosas personas de negocios.
Desafortunadamente, los dólmenes que se utilizan para el enriquecimiento particular han desdibujado la belleza misma de estas extraordinarias estructuras. Son decenas los empresarios que buscan rehabilitar dólmenes milenarios para luego alquilarlos a turistas como modernos alojamientos.
Por desgracia, detrás de todo este oropel místico aluvial a menudo nos perdemos la simple belleza y sin complicaciones de estos asombrosos edificios. Y esta belleza no reside en los propios dólmenes, que no se distinguen por sus líneas exquisitas, sino en la sorprendente consonancia de las rocas latentes con la naturaleza local. Quienes fuesen los constructores de los dólmenes, eligieron muy bien los sitios en los que asentarlos.
El aire que corre en lugares llenos de dólmenes suele ser sorprendentemente limpio, mientras que el agua de los ríos más cercanos a estas estructuras se puede beber sin filtración. Y, de hecho, parece que existan energía en estos lugares.
Los dólmenes acumulan la pureza y la grandeza de la naturaleza circundante del Mar Negro.